Moonrise Kingdom, de Wes Anderson
Wes Anderson’s Moonrise Kingdom

 

Es imposible para mi, como es lógico, saber cómo hubiese sido la experiencia de ver las películas de Wes Anderson siendo un niño. Sin embargo, algo tienen que tensa esa querencia.

Quizá sea porque ayuda a que resuene en mi esa verdad con la que las decisiones infantiles se toman sin dejarse afectar por la lógica adulta. O porque parece entenderse la defensa de una determinación rebelde limpia y sincera ante las limitaciones que el mundo real impone.

O puede que por mantener una visión pura y distanciada de la renuncia a aprehender la realidad de otra manera que la decidida previamente, logrando así conservar una inocencia que ni lo cínico ni el conformismo pueden domar.

Es posible que ese sea el secreto de sus historias, en las que no se ocultan, pese a ello, los elementos oscuros, los instintos, la sexualidad o la muerte, pues entonces poco quedaría más de ellas que un cuento infantil diseñado para la tranquilidad y el confort paterno.

Al contrario, Moonrise Kingdom nos habla de los momentos en que como niños escapábamos para, a escondidas, por fin poder comportarnos como adultos y fumar en secreto, bailar sin pudor o simplemente, mientras el sueño lo permitiese, leer de noche bajo las sábanas.

 

 

 

 

 

 

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